Decadencia en la mochila
Un intento de congraciarse con una experiencia universal a la que temo.
Tiene sabor amargo, la decadencia. Tan común en la naturaleza, ley universal, para mí es uno de los más difíciles aprendizajes.
Desde mi atalaya de emprendedora y creadora, cuando, alcanzada la cima, la curva empieza a descender, me aterro.
Ese punto de inflexión adoptó la forma de unas palabras precisas: “Me voy a vivir a Galicia”, en un proyecto antiguo. A partir de ellas, se precipitaron los acontecimientos, sin dejar de aparentar que todo seguía igual. Fui testigo mudo del juego porque fui yo la que me quedé. Con unas oficinas que había que vaciar, sin nómina, con peleas por los despojos. La decadencia muestra aquello que se oculta cuando empezamos, lo que también somos -todos-, débiles, egoístas, avariciosos…
Viví también una decadencia de profundas huellas en mi entorno familiar. A mi padre, por su parte, le atemorizaba hasta el punto de que decidió evitarla.
Me enfado porque mi amigo ya no es el divertido que fue, ni tiene momentos personales conmigo, de esos que reflejan tantos buenos tiempos vividos. Ya solo vive en sí mismo.
Me duele tratar a otro amigo como a un niño, aunque lo veo feliz en su tranquilo andar pasando los días.
En tratos con la decadencia
Me doy cuenta de que hay muchas profesiones acostumbradas a lidiar con ella. Enfermeros, psicólogos, tenderos que tratan al cliente de toda la vida. Que tratan con el que se desorienta, agría su carácter, pierde capacidades… Son ellos para mí grandes héroes capaces de tratarlos con amabilidad y compasión.
También hay enamorados de lo decadente. De sus tonos cenicientos, de los límites gastados del control, del dejarse caer… Cómo me cuesta entenderlo.
Yo veo en ello ausencia del yo que me he montado -¿qué haré cuando no me sustente creación ninguna?-. Un cesar de pedir a la vida que me siga dando experiencias. Cuando dejarse caer, enfermar, fragilizarse… es la mayor de ellas.
Atravesar su viaje capa
Mis anhelos construyen muros. Convertirme en útil a la sociedad. Ser cada vez más yo misma. Disfrutar de los dones de la edad. Construir relaciones maduras.
La decadencia que veo me habla de una vida que temo, sin aspiraciones. Pero que es esencialmente eso: vida. Son mis aspiraciones las innecesarias. Construcciones ante la incapacidad de despertar cada mañana tal cual, a lo que haya. Como tantos que, llegada una edad, tomaban el camino de Santiago o tantos otros que recorrían la Europa medieval, y a andar hasta que la muerte llegara.
Cuando soy capaz de mirar frente a frente la decadencia de mi entorno, en algún raro momento, me relajo. Porque el sufrimiento está en mis ojos, no en el exterior. Aceptar que algo o alguien entra en decadencia es abrirse a todas las experiencias de la vida, que duelen y son hermosas a la vez.
Poco me falta para agradecer sus enseñanzas. En algún raro minuto.
Decadenciarse
Pero luego leo en “El amanecer de todo” que, cuando los habitantes de Tlaxcala deliberaron si apoyar al ejército de Cortés en contra de su enemigo los mayas, “Xicoténcatl el Viejo, por entonces con más de cien años y casi ciego, intervino para contradecir a la opinión general”. Y tantos y tantos otros ejemplos.
Y me hago consciente de que se puede vivir la decadencia del cuerpo y del entorno, y seguir defendiendo los propios valores, y ser sabio. Que la decadencia es compatible con quien eres.
¿Es quizás como un liberarse de hojas en otoño?
Benvinguda @joanarodriguezllopis
Bufff
Como me he removido con tus palabras!!! Me he sentido muy identificada, nunca me lo había planteado de esta forma!
Será que en nuestra educación la decadencia está mal vista?
Me parece a mí que va un poco por ahí!!
🐵🙊🙈🙉