Como novedad, he habitado dos veces espacios poco cuidados. Los que sois caseros, sentiréis la contundencia de esta frase. Quizás hasta os preguntaréis si alguna vez os ha ocurrido o dónde. Los que no valoráis ser acogidos cuando vais a pasar unos días a algún lugar, quizás lo miréis ahora de otro modo.
Me crie con las correrías de Cela, orgulloso de ser bien recibido en todas partes como caminante. Entonces todavía quedaba algo de la tradición de acoger al extraño, darle comida y techo. Como las casas de pueblo que no cerraban su puerta.
He dormido y duermo en casas de amigos, compartiendo la deliciosa intimidad de su hogar. He visitado pisos con solo sofá + tela, hasta los que no te acabas sus detalles. Pero no recuerdo ni uno en que no fuera bienvenida de algún modo.
Y sin embargo, los últimos tiempos me han llevado a pasar unos días en una casa de tanto pasado, que impide habitarla a sus propietarios. Mi sorpresa ha sido sentirme tan mal por no ser acogida. Me ha hecho ver cómo lo daba por sentado. Y lo importante que es.
Humanizarse
La indiferencia, el descuido, son dolorosos. Y cuando afectan en especial, es porque uno se los aplica a sí mismo. Por eso escuecen.
El frío interno que me invadió en esa estancia era el que sentía en mi adolescencia, cuando tenía que protegerme de todo. Y que tanto me costó aprender a eliminar como respuesta al entorno. Aunque ya no soy esa joven cejijunta soñadora, queda algún rincón helado de mí, al que mirar con ternura y habitarlo. Que ninguna casona malhumorada me haga sentir mal de nuevo.
La experiencia me sirvió para ponerme en la piel de personas que alquilan una habitación en pisos sin respeto o humanidad para con los otros (léase también pueblos, ciudades, países…). No tener un lugar que te acoja es duro. Los que no hemos emigrado ni sufrido calamidades de este tipo, no lo sabemos. Me encantaría que esta experiencia te sensibilice con tu entorno: ¿hay personas a las que puedas acoger mejor?
Sentirse
La otra experiencia se ha dado en una casa que no está habitada por su dueño. Vive allí, come, caga y duerme. Pero no la habita internamente. Ha sido otra gran sorpresa. Incluso el piso más vacío que he visitado, el de solo sofá + tele, tenía vida.
Aquí no es dolor lo que sentía, sin encogimiento. Como si no quisiera tocar nada, ni puertas ni suelos. Cada entrar en una habitación es un sobresalto, como si no tuviera unidad, estuviese hecha de espacios separados y cambiantes. No hay amor por ese piso, vida íntima. Solo utilidad. Descuido. Un habitar desconocido para mí, que no sé vivir sin implicarme.
Me siento entre sus paredes como si nada importara. Como si vivir fuera realizar actos cotidianos. Me lleva a la envidia que nos tienen los robots porque somos emocionales. A las personas que no son caseras. Que no ponen su energía ni emoción en el lugar que habitan. ¿Cómo será su mirada? ¿Y hacia sí mismos?
Mi propia casa me está enseñando que sentirse demasiado a gusto en ella es el otro extremo. Que todos necesitamos un hogar -sea lo que sea-. Pero mucho más, reunirnos y acogernos entre nosotros.
Escuece bastante :-(
Ja ja ja, y tantas cosas más