El atardecer calma la ladera de un valle en que estoy de paso. Mi piel siente como se enfría el aire. Se abre una charla inútil, que tiene ganas de jugar. Compartimos curiosidades con las vacas.
Habitamos la quietud de que hablan poetas y místicos. La que se hace momento. Hecho de aire mineral, cristalizante, manso como el ganado dedicado a alimentarse del prado, y que en breve se recoge en el calor fermentado del establo.
De una luz decayente, translúcida, que escoge iluminar un bosquecillo de secas encinas mientras se retira del valle.
Del sonido trasquilado de una campana, de un ladrido, del universo vibrando, tan cercano a la cima que nos corona.
Del traspaso sutil del día a la noche, en que se siente la compañía de otros.
Del cansancio del día, que adormece expectativas y arrulla el alma.
De compañía improvisada, que apacienta la distancia de sus vidas.
Silencio
De toda una semana en el Pirineo, esto es lo que me llevo vibrando en mi alma. Lo que he ido a buscar sin pretenderlo. La sabiduría del invierno.
La naturaleza ha entrado en silencio.
Nos invita a envolvernos de este misterio. El de detenernos.
Dejar de aspirar. Dejar de soñar. De luchar. De manipular. De recriminarse. Parar y sentirse.
Somos uno más en ese prado que hace el momento. Nos aquietamos con él. Lo observamos y lo empaquetamos en el corazón, el que sabe estar eternamente calmo como el invierno.
Precioso Maria. El Pirineo me pilla en la gran puñeta, pero las 4 o 5 veces que he estado tiene un aire especial y una entidad que te acaba fascinando. Es uno de los lugares de mis sueños.
Que maravilla de relato María!!!
Me has transportado a una maravillosa quietud.
Mi vida esta llena de nuevas proyectos , ilusiones, actividades y eso me da vida… Conectar con esa quietud me conecta con la Paz, el buen hacer, las tardes de invierno, las luces tènues y me da calorcito en el corazón!!
🙏🙏🙏🙏