Para qué hemos inventado el paisaje
Un paseo por los campos que nos hacen de espejo de nuestra mirada.
Salgo a escribir al exterior, porque así lo hago con los cinco sentidos. Unas moscas se acercan a mi aroma delicioso. Una urraca grazna indiferente. Hoy es especialmente importante, porque me he decidido por fin a sumirme en el paisaje.
En su mayoría, es agrario, y por tanto bastante homogéneo, puesto que los agricultores de cada zona se unen en cooperativas o asociaciones y suelen cultivar lo mismo. Ese tractor haciendo surcos o levantando polvareda es pues parte importante del paisaje.
Los que se basan en hileras, de árboles por ejemplo, suelen ser más aburridos. Pero cambian la luz y la temperatura del camino. Puede que encontremos barro seco, por sombrío, y otro tipo de plantas poblando los márgenes, ¡hasta musgo! Los árboles plantados, además, suelen dar nombre a los caminos. El de los nogales, o de los naranjos. Si por imperativos económicos han de cambiarse, hay todo una convulsión en el territorio. ¿Cómo llamáis ahora Olga a vuestros caminos?
Estos campos regulares son especialmente importantes porque permiten esconderse a los cérvidos que quieran ir de bosque a bosque, y no tienen a mano más que campos para sus desplazamientos. Es tan emocionante caminar temprano, a veces entre brumas, y encontrarse frente a un ciervo que aprovecha también esa hora para hacer suyo el territorio.
Es en la primera hora cuando el paseo rural se hace salvaje. Ambos -paisaje y paseador-, no son todavía ellos mismos y es más fácil fusionarse. Una vez, en Asturias, me topé con dos zorros jugando, y aprendí con ellos lo divertida que puede ser una pradera. Otra cosa es el lobo, que parece que ha vuelto. No soy tan valiente como para desear verlo, aunque seguro que no le apetezco nada. Para mí, ha añadido un sentimiento de incomodidad al paseo por el bosque.
Paisajes que amas y otros que te enseñan a apreciar
He conocido lleidatans que me han hecho sentir lo hermoso de un paisaje infinito, todo cielo. Ese paisaje tan espiritual que clama Castilla como patrimonio. Apenas nada atrae a la vista. Es un fondo para que el paseante observe sus propios pensamientos, y a la vez le inocula una forma de ser simple y eterna, sin distracciones.
En esas llanuras inmensas, muchos de sus habitantes conocen y aman sus plantas autóctonas. Distinguen numerosos colores. Y lo que es tan importante, las asocian a hechos familiares. Para ellos, el paisaje tiene historia.
Yo tengo dos paisajes con memorias. El de mi infancia, mágico. Y el que me ha acompañado con los años, con barbacoas, castañadas entre amigos y veranos. En el que ahora vivo. Es precisamente mi ligazón con este lugar el que ha hecho que acabara habitándolo. Pese a haber amado otros muchos -nunca áridos, mi alma vibra con lo exuberante-.
Yo a las grandes planicies les pido montañas al fondo. Le dan tanta profundidad al paisaje. Son un recordatorio de que la cultura del lugar que habitas, es solo una forma de vida. Más allá, hay otras.
Tener montañas al fondo profundiza el otoño y nieva el invierno. Se les enganchan las nubes, se difuminan en capas por la densidad del aire, lo que las hace tan atractivas para los acuarelistas. A mí me encanta pensar que quizás, allí, llueve, mientras yo hago ese delicioso paseo entre plantas agrestes, doradas por la última luz de la tarde.
Paisajes útiles e históricos
Anna Lowenhaupt Tsin, en su libro La seta del fin del mundo, añade una mirada distópica a este tema. Estudia a los que aprovechan lo esquilmado. Y he aquí que esos yermos campos abandonados por el uso agrario, son por contra terreno abonado para plantas inútiles o excesivas. En mi paisaje, el hinojo, gordolobo, la malva, y tantas otras que no conozco.
Hoy, hay varios colectivos que practican la etnología del territorio, para recuperar los conocimientos sobre esas plantas y su uso culinario. Gracias a ellos, el paisaje se ha convertido para mí, en un campo de aprendizaje y experimentación.
Todos deberíamos mirar más lo que nos rodea. Y cuidarlo. Es la alacena de tiempos cada vez más precarios. El incentivo para recuperar formas de vida con las que sobrevivimos. Y hace sentir bien.
Me encanta también comprar a agricultores de la zona que recuperan especies olvidadas como la zanahoria silvestre, que no es naranja. Y que te enseñan a comerte las hojas de la remolacha.
Me fascina también escuchar la crónica de tantos nombres locales originados en la vegetación de la zona. Cuántas gavarres y segarres y fonollars han acabado por mezclar paisaje e historia e invitado a asentarse a grupos humanos en sus hermosos parajes.
Y debían de serlo. Me gusta soñar en cada lugar que visito con que soy su primera descubridora. Que llego con mi tribu y decidimos dónde asentarnos. Aunque ni entonces debían de ser paraísos.
Ahora, explotados, mecanizados, habitados… son lo mejor que tenemos. No es su extensión ni su belleza lo que nos hace felices en ellos. Sino apreciar lo que tienen para cada uno de nosotros.
Maria, nuestros caminos no tiene el nombre de los árboles que los habitan si no de una torre de presión de agua donde finaliza el « camino de la primera torre » , o de un barranco que lo cruza… si no en estos últimos años con tantos cambios hubiéramos pasado de naranjos, a melocotoneros y ahora almendros!!! 🙈🙊🙉
Me alucina el dibujo, lo he reconocido a primera vista… Que recuerdos más maravillosos!!!
♥️♥️♥️♥️
Y el dibujo... Explicaré la historia estos días en Instagram